viernes, 7 de noviembre de 2014

La desnutrición en Guatemala no es solo un problema de la niñez...


Quiero compartirles, un testimonio autentico a mis lectores. Es parte de una realidad que con la que conviven cientos de guatemaltecos, es la historia de María Odilia Soc que murió a los 21 años por desnutrición

Empezaré compartiéndoles que Teodoro Tzul Pérez es el maestro de párvulos en la escuela de la aldea Choacorral 1, en Santa María Chiquimula, Totonicapán. Para Catarina Lux, una de sus 19 alumnas, él es la figura paterna a quien su propio padre Miguel le encargó a principio de año que la cuidara antes de migrar a la capital en busca de trabajo.
En el pequeño mundo de Catarina existe su abuela y “tres mamás”: Isabel, María y Juliana, las hermanas de su padre.

Catarina, de 6 años, y sus dos hermanos, Ofelia de 4 y Marcos de 1 año y 4 meses, quedaron al cuidado de sus tres jóvenes y solteras tías después de la muerte de María Odilia Soc, su madre. La causa de la defunción de María, quien iba a cumplir 22 años cuando murió, fue certificada como desnutrición. La abuela de Catarina, quien solo habla quiché’, explica que semanas antes del deceso empezó a padecer de “calenturas”. No tenía cansancio ni había perdido peso, asegura.

Mientras su abuela habla, Catarina muestra las fotografías de María, cuando ella recién había nacido. Una joven robusta de 17 años, entonces sonrosada, de pelo azabache brillante y mirada vivaz, sonríe. Luce un güipil morado de los que ella solía bordar. Las fotos de dos años después, tomadas en el patio de la casa, en las que Cata apenas alcanza la cintura de María mientras ella carga a tuto a la pequeña Ofelia, revelan la silueta de una mujer más delgada, ojerosa y visiblemente cansada. Una joven con el rostro marchito, pómulos salientes, una mirada apagada que sostiene un bebé entre dos brazos huesudos es su última fotografía.

De las 25 muertes a causa de la desnutrición, certificadas en el Registro Civil de Santa María Chiquimula, Totonicapán, entre enero de 2006 y marzo de 2008, 7 de estas ocurrieron en las aldeas Choacorral I y II, las más alejadas del casco urbano. Genovio Tomás Tacán, el director de la escuela Pronade en la que Cata estudia, estima que de cada 10 de sus alumnos, 6 sufren algún grado de desnutrición. Con 35 centavos del presupuesto de la refacción escolar asignados a cada pequeño, se les ofrece un vaso de incaparina y un plato de cereal alternos a las 10:00 de la mañana.

¿Por qué a las 10:00 y no más temprano? El director toma un respiro y explica “porque aquí solo hacemos dos tiempos de comida: el desayuno a las 10:00 y el almuerzo a las 4:00. La dieta básica consiste en frijol, tortillas, chile y carne una vez por semana, los jueves, el día de plaza en Santa María Chiquimula” cuando hay con que comprarla
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Aldea sin hombres

Choacorral es una comunidad de mujeres solas. Sus compañeros de vida han migrado a la capital. Los maestros de la escuela, con dificultad, logran reunir a 20 hombres cuando hacen las sesiones de padres de familia.

La migración, la falta de transporte, la lejanía del casco urbano, de las carreteras principales, hacen la diferencia entre poblados como los de Choacorral y San Francisco El Alto o San Cristóbal Totonicapán, donde las fuentes de empleo y el acceso a los alimentos se facilita, explica Carlos Alonzo, delegado de la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional en Totonicapán (Sesan).

Desde hace dos años, Juan José Artola, encargado del puesto de salud, explica que no han recibido suplementos alimenticios para distribuir en los menores de cinco años ni mujeres embarazadas que habitan las aldeas.

María Odilia es otra víctima de la indiferencia de la sociedad y del Gobierno de la República. 

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