domingo, 29 de marzo de 2009

La Carta que nunca envíe...

Este intento de poema fue escrito hace ya algún tiempo... para alguien muy especial. Sin embargo no se si me faltó valor (entiendase huevos) para mandarla. La escribí siendo maestro de escuela, en uno de los ingenios azucareros de Escuintla que ya no existe como tal. Allí había una laguna que según los lugareños estaba encantada. Un oratorio levantado en memoria de unos niños y adultos muertos como consecuencia del desbordamiento de un riachuelo del lugar y con una vista impresionante de las montañas y los cañaverales desde el cerro donde esta el oratorio. 

Te escribo desde este rincón de mi terruño amado.

Desde este oratorio…

-paloma blanca volando sobre la inmensa marejada verde-

Desde aquí, veo a los arbustos cual hileras interminables,

de espléndidos centinelas haciendo perpetua guardia

Desde aquí, puedo escuchar a los pájaros…maestros en la música silvestre,

que acompañan a la sinfonía del viento,

que brota desde lo profundo de los cañaverales,

cuando este lame sus verdes puntas.

Aquí al alborear el día,

cuando el sol su blanca luz extiende,

siento latir aquí en mi corazón:

alto y ardoroso este amor mío.

El sol llega a su cenit, penetrando

en el follaje, así se adentra en mi alma

tu recuerdo…

La tarde llega y con ella trae consigo,

consecuencia lógica: el crepúsculo,

que mancha de primorosos tintes

El celeste azul de nuestro cielo}y los cisnes en la laguna

van marcando al paso de sus torpezas,

este sutil martirio del alma mía.

El verde azul de los colosos verdes,

desaparece y en su lugar

van quedando la dulce imagen,

de sus siluetas…

Ya es de noche…y en la laguna de los encantos,

tristes mis quejas volando van…

Allí la luna blanca, coqueta siempre,

va reflejando sobre su espejo,

aquel disco plateado que se desliza,

v.ago consuelo para quien amando aún así

No se siente amado…

Hasta siempre dulce amor mío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario