Hace ya unos días, me vi en la necesidad de usar, uno de esos autobuses extraurbanos que circulan por nuestro país y que son, un dolor de huevos para los usuarios. Por cierto que yo les pondría de nombre en lugar de buses "Ponches", porque se necesita muchos huevos para subir y mucha leche para bajar vivo de esas mierdas. Porque o te morís de un talegazo en uno de los muchos accidentes que ocurren como consecuencia de las altas velocidades a las que suelen manejar los pilotos o te quiebran el jocote en uno de los multiples asaltos que a diario realizan los delincuentes.
Pero... déjeme contarles lo que me pasó. Si, se los voy a contar tal como sucedió, con pelos y señales para que lo piense dos veces antes abordar uno de estos armatostes, que ya han cobrado en Guatemala varias decenas de vidas.
Todo empezó un lunes como a las cuatro de la mañana, dos días antes había viajado a Xela a pasar el fin de semana en casa de mi hijo. El lunes por debía salir para la capital a primera hora. Y, como no me gusta llegar tarde, decidí salir de madrugada, sin embargo el desgraciado carro amaneció temperamental y no arrancó por más que le moví cuanta babosada creí que era la culpable del desperfecto.
Ante la negativa del vehículo, le pedí a mi hijo -somnoliento aún- que me llevara a la terminal de buses para abordar el primer bus que saliera para la capital. Fuimos primero a la terminal de buses pulman. Al llegar nos informaron que había salido un bus 25 minutos antes. De manera que nos dirigimos a la terminal del Mercado Minerva para abordar un bus de esos de parrilla. Esas máquinas del Diablo que todos los chapines usamos, mas por necesidad que por gusto. Los llamados autobuses de segunda, que deberían ser de tercera o cuarta categoría.
Por la hora, el sol aún no salía, hacia un frío de la gran puta, la neblina daba un ambientón como a película de terror. Cuando llegamos un pisadito, prieto, chaparro y panzón, se nos acercó para preguntarnos a donde iba. Yo contesté que a Guate, el energúmeno ante mi respuesta, casi me arrebató el maletín que llevaba en la mano. Al principió pensé que se trataba de un ratero y a pesar de las libras de más, como pude salí corriendo tras él. Y, resultó que no era ratero, sino el ayudante del bus que iba para Guate. Así, que me subí. En el bus había unos cuantos pasajeros, la mayoría dormitando o durmiendo ya en sus asientos. Como había varios vacíos me senté como en la tercera fila. Por aquello de los accidentes, en un choque de frente no quería estar cerca del piloto.
Por lo intenso del frío todas las ventanas estaban cerradas, un tufillo como a sudor revuelto con mierda, podía sentirse en el ambiente. Además en el asiento de atrás al mío, un pasajero roncaba como loco, bien cuajado y apoyado la cabeza sobre el vidrio. Como por arte de magia el bus empezó a llenarse y el pisadito del ayudante, comenzó con el "córrase don...ai...cabe otro" "los asientos son de tres señores". Puta y yo gordo y el pisado del ayudante con eso de córrase. Daba la impresión de que estábamos jugando apretacanuto, a mi me tocó un don de lentes todo sequito y con cara de ratón, que se sentó a la par mía. Sin duda había chupado la noche anterior porque llevaba una puñalada trapera en el hocico que le apestaba a puritita mierda. Y, cada vez que respiraba sobre mi, me daban ganas de buitrear.
Como había frío nadie quería abrir las ventanas y los aromas por momentos, se hacían más intensos. De pronto se subió el "El Chofer", un panzón él, indión pelo parado, con cara de maleante. Llevaba encendido un cigarro, que llenó de olor a tabaco las primeras filas donde yo estaba.
Encendió el motor y vámonos comenzó el calvario del viaje. Agarró el periférico de Xela, el serote no iba nada despacio que digamos, todos los pasajeros nos zangoloteábamos como bultos en la dichosa camioneta. Yo todo apretado contra la ventana porque nos metieron un tercero en el asiento, que sin duda iba a la ley de Horacio. Es decir con una nalga adentro y otra en el espacio.
La mera verdad que no cabíamos los tres en el dichoso asiento. El ayudante se aproximó a nosotros y nos ordenó que nos pusiéramos de pie, lo cual hicimos obedientes. Jaló el cojín del asiento y el que el que quedó a la ley de Horacio fui yo. Al llegar a Cuatro Caminos se subió una paisanada que mis respetos y como ya no había asientos, todos se fueron al paraguay. Un don que se paró a la par de nosotros se apoyó en el porta paquetes y le salía un olor a macho muerto de los sobacos que uta... mareaba el pisado con el olorcito. Después entró una doña con un canasto con dos chumpipes que no podían irse en la parrilla del bus. Y, como ya no había espacio en el porta paquetes, casi me colocó el canasto en la cabeza a mi.
El bus se puso en marcha de nuevo y comenzamos a subir la cumbre de Alaska. En cosa de unos minutos llegamos a la parte más alta de la cumbre. Al empezar a bajar la larga pendiente que lleva hasta Nahualá. El desgraciado chofer, conducía de prisa y a pesar de la neblina agarraba las curvas a una velocidad de vértigo. Yo empecé a sentir el olor a fricciones quemadas y al pasar justo frente a un monumento, construido en memoria de un accidente de bus, en donde perdieron la vida varios estudiantes y que está a media pendiente, a saber quien fue el hijueputa, que por los nervios, se largó uno de esos pedos silenciosos, pero criminales, sin duda el pánico por la velocidad le aflojo la mierda. Era un pedo espantoso, agrio, una mezcla de olor a desagüe, con repollo podrido. Les juro que casi me hace me hace vomitar, a pesar de que tengo un estomago fuerte. Pero ahí valió mi estomago fuerte. Me empezaron a llorar los ojos, sentí un fuerte mareo, el aire se enrareció y se sentía caliente. El don que tenía olor a mierda en la boca, comenzó a respirar con la boca abierta para no sentir el mal olor. Y, entre el pedo y la boca del don, sentí que desfallecía. Una doña que iba en el asiento de adelante, llevaba un niño en brazos que empezó a vomitar y a llorar como loco. Los vidrios de la camioneta se empañaron, el chofer le tuvo que echar tabaco al vidrio para limpiarlo, todos, pero todos los pasajeros comenzaron a hacer pucheros como con ganas de buitrear.
El viejo de los sobacos hediondos y la doña de los chumpipes empezaron a quejarse. "Que coches ya se cagaron" "A la gran puta que olor a mierda" "Que huevos, el que se lo tiró tiene el culo podrido" eran algunas de las expresiones que que podían escucharse. Todo me daba vueltas, yo gordo y apretado contra la ventana, me faltaba el aire. Quería vomitar pero le empecé a hacer huevos. Dios mío… sentía que perdía el conocimiento. Y, el maldito olor que no pasaba y luego el olor a vómito del patojo de adelante, otro pisado que iba atrás, empezó a cagarse de la risa, yo supongo que por nervios y sin duda la fuerza de la risa, hizo que se le saliera un sonoro pedo, todos lo volteamos a ver y supusimos que era el culpable del primero pero con el segundo mínimo se cagó porque el olor se volvió insoportable.
Una vieja caquera que iba hasta atrás, grito angustiada "Me muero" y se desmayo en brazos de otro serote que iba la par. Yo en mi desesperación trataba de abrir la ventana de la camioneta, pero esa mierda se había trabado. Aquello era un pandemónium. Entre vómitos, gritos de "bajen a ese serote" "hijueputa coche" todo era confusión y desorden. A estas alturas yo solo quería bajarme del maldito bus... Sentía que la cabeza me palpitaba y me daba vueltas.
Entre insultos, gritos de desesperación y olores pura mierda, por fin llegamos a Nahualá ahí el chofer se bajó junto con el ayudante y apagó el motor. También el sentía ganas de vomitar. En ese momento todos aprovechamos para abrir las ventanas y bajarnos del bus. El cuate del pedo sonoro, desapareció como por encanto, no se si lo talegiaron o cortésmente le pidieron que se fuera a la mierda. Lo único cierto es que cuando volvimos a subir el bus el hijueputa ya no subió.
¡ Aaah...pero la historia no termina ahí.
En la segunda parte leerán ustedes el final de esta historia. Hasta la proxima...
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